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EL REBUMBIO | Jugar bien

Apenas entro en redes sociales. Quizás a algunos les sueñe extraña esta primera afirmación, pero ya nada es igual en twitter. Para empezar ni siquiera se llama ya así; para continuar, y en lo que respecta al Deportivo, ya no hay el mambo que me la convertía en atractiva: profesionales remunerados de la manipulación, que los había, amateurs del odio e interesados varios salieron disparados en cuanto el capitalismo popular tomó las de Villadiego.

Ya apenas quedan un par de haters alevines. El pasado domingo por la noche me advirtieron de que en redes resonaban críticas a Óscar Gilsanz tras la victoria ante el Cádiz. Que el equipo juega mal, dicen. Cometamos un primer error: proporcionar eco a la inmensa minoría de perpetuos insatisfechos. Pero al menos sirven de disculpa para lanzar la pregunta: ¿Qué es jugar bien al fútbol?

Partamos de una base. En el fútbol profesional lo que se persigue es rendimiento, que si no es sinónimo si es un concepto vecino al de resultado. Así que jugar bien es parangonable a la obtención de buenos marcadores. Desde que Gilsanz se hizo cargo del equipo apenas ha perdido cuatro partidos de 22. Antes el Dépor había caído seis veces en las doce primeras jornadas. Parece que algo mejor están las cosas. Si la Liga se hubiese empezado con el técnico de Betanzos, que acaba contrato el próximo mes de junio, el equipo sería tercero.

Cuando lo cogió era tercero por la cola, dos puntos por detrás del Racing de Ferrol. Cierto que no era la primera opción Gilsanz, pero no estamos ahora como para reparar en esas menudencias: el Deportivo ha mudado su piel y de eso se trataba. Es, cierto, un equipo con ciertos problemas para proponer ante rivales ordenados y por eso se le atragantan los partidos en los que no se declara aquello de juego revuelto, pero sabe juntarse para que no le hagan daño, tiene bien trabajada la salida de balón desde atrás para abrir espacios a sus puñales. Y le adorna una característica llamativa: suele mejorar su juego en las segundas partes tras pasar por las correcciones en el descanso. Todo apunta, al menos eso es lo que se percibe en el examen semanal de los partidos, que hay más que aceptable trabajo detrás.

Con este equipo de Gilsanz no estamos ante una obra perfectamente acabada, pero sí ante una que entiende sus recursos y trata de exprimirlos

Juega mal, dicen. Que me enseñen entonces a los que juegan bien. Que me los muestren en Segunda División, ya puestos. Escarbo en mi memoria y pienso en los equipos que realmente me han dejado huella de manera continuada por un fútbol primoroso, por eso que algunos entienden por “jugar bien” y que en realidad podría definirse mejor como “jugar bonito”. Que no es lo mismo bien que bonito. Entre los que tenían el combo perfecto me emocioné por igual con Brasil del 82, con la Francia de Platini y Giresse, con el Barça de Guardiola, que cambió el fútbol porque se aplicó en defender hacia delante y tenía varios de los mejores futbolistas del último medio siglo, y desde luego con el espídico Liverpool que construyó Klopp y en el que plasmó algo que le dijo en 2011 a Diego Torres y Cayetano Ros en una memorable entrevista publicada en El País: “Yo no solo quiero ganar; ¡también quiero sentir!”, les explicaba. Nadie me ha hecho sentir viendo un partido de fútbol como esos combos construidos por Guardiola y Klopp, tan diferentes entre sí. Si me preguntan que es jugar bien al fútbol señalaría esas creaciones. Y sí, también ganaron.

Quizás mi listón es otro y para mi jugar bien es competir, explotar al máximo las capacidades y los valores de un equipo, saber cómo atacar y defender, trabajar con y sin balón. Miro al Deportivo, su trayectoria, y encuentro a muchos honrados equipos que se construyeron y lograron hacerlo. Desde luego con este de Gilsanz no estamos ante una obra perfectamente acabada, pero sí ante una que entiende sus recursos y trata de exprimirlos. ¿Podría jugar más bonito? Seguramente. Pero juega bien.