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OPINIÓN | La fiereza

A toro pasado todos somos Manolete, así que habrá que entrar a matar. Cuando el Deportivo dio por cerrada la zaga no había que ser muy perspicaz para colegir que en ella faltaba un determinado perfil de defensor. El caimán, el que no hace prisioneros y evita fruslerías en la salida de balón ni tampoco es muy ducho en el arte de romper líneas con pases o conducciones, pero también el que le pone fiereza a sus acciones y saca su trabajo adelante con solvencia. Sí, el central de Segunda de toda la vida.

El caso es que el Deportivo puso todos los huevos en el mismo cesto y ahora nos ha quedado un equipo que defensivamente emite señales de blandura. No es cuestión de apuntar a los centrales, más bien semeja una seña de identidad del colectivo y sobre la que ya alertó Antonio Hidalgo hace unas semanas: el técnico quería algo más de veneno, ese que tuvo el Leganés para castigar a un rival cándido. Al Deportivo entre todos le hemos dado aires de galán de cine, pero en cuanto empezó la película aparecieron protagonistas igual no tan pintureros, pero sí bastante resultones.

El Leganés, no olvidemos que se trata de un equipo que el curso pasado jugó en Primera División, tiene oficio y conoce el paño con el que se maneja. Y si se lo ponen a huevo te castiga. Y no necesita que pasen más de doce segundos. No sólo salieron al campo más despiertos y activados sino que lo hicieron con mayor vigor. Y pudieron ganar.

Con todo, el Deportivo mostró en varios tramos del partido, y no sólo en el final cuando llegaron los goles, que maneja herramientas para dominar los partidos y darle un sopapo a cualquier rival de la categoría. Y eso convierte bastante de lo sucedido en Butarque en más doloroso. El equipo se rehizo tras el primer golpe, juntó pases, encontró espacios y llegó a posiciones de remate. Remató. Lo hizo Yeremay, que durante no pocos minutos volvió a estar muy por debajo de su nivel, pero sacó un excelente centro que valió después el penalti que transformó.

Trabajó bien el Deportivo tras encajar el primer gol, pero se cayó después del segundo. En esa tesitura, Hidalgo demostró una vez más que no tiene dudas a la hora de pasar el bisturí. Envió al campo a los últimos delanteros en llegar a la plantilla, retiró a los mediocentros uno detrás de otro para darle al equipo un perfil más ofensivo. Se blindó con Loureiro. Apostó y no ganó, pero empató, que no es poco, visto lo visto. Tomó decisiones y viró el partido, que es lo que se le pide a un entrenador.

El empate redime en parte al equipo, que no ha sido derrotado, alivia catástrofes defensivas y sobre todo muestra una vez más unos valores que, con todo, se demuestra que no bastan. La rebelión del equipo contra su fortuna, la aportación de Mulattieri y la sospecha de que puede ser el delantero que tanto necesita el equipo son detalles alentadores. Y el punto, al fin y al cabo, como dirían los clásicos será bueno si se agrega un triunfo el próximo sábado en Riazor ante el Sporting y se vuelve a sellar una media inglesa como la de las dos primeras jornadas.