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Depor

Cuando Riazor se comía cochinillos a dos carrillos: la historia de las merendiñas del Teresa Herrera

Que cualquier tiempo pasado fue mejor es una frase que se usa mucho cuando se empieza a peinar canas. Pero es que probablemente no hay una que le vaya mejor al trofeo Teresa Herrera que esta. Porque el que fue el torneo de verano más importante del mundo (sigue siendo el decano de los campeonatos del verano, al menos), ha cambiado mucho desde que en 1946 nacía para recaudar fondo para los más necesitados. Aquel esplendor de la época dorada de los años 70 y 80 dio paso a versiones más descafeinadas actuales -después de unos inicios titubeantes de su historia- lo que se nota, ya no solo en los equipos invitados o en la afluencia, sino también en el estómago.

Porque, aunque a muchos jóvenes les pueda parecer extraño, en Riazor se comía muy bien, como si de un picnic elevado se tratase. Era lo que se dio en llamar las 'merendiñas' del trofeo Teresa Herrera.

Como explica el historiador y periodista Héctor Pena en su libro 'Historia del trofeo Teresa Herrera. Decano de los trofeos de verano', la comida se abrió paso en el torneo a partir de los años 70. Fue la reacción del aficionado ante un cambio en el sistema de competición en 1973 que modificó también las costumbres. Fue entonces cuando el Teresa Herrera pasó a ser un cuadrangular en el que la última jornada contaba con dos partidos del tirón, primero el que disputaba el tercer y cuarto puesto y luego la gran final. Eran más de cuatro horas seguidas las que los seguidores pasaban dentro del estadio de Riazor y sus tripas llegaban rugiendo a la entrega del trofeo de campeón.

¿La solución? Traerse la comida de casa. Si ahora es habitual ver en los campos de fútbol personas con su sándwich casero envuelto en papel de aluminio o consumir en la cantina del estadio bocatas de tortilla o jamón, entonces los aficionados coruñeses -y de fuera de la ciudad, ya que el Teresa Herrera tenía tanta fama que ejercía como atractivo turístico- llevaron los menús mucho más allá.

Para sobrellevar el hambre del maratón futbolístico, los aficionados se plantaron durante estos años en Riazor con algunas de las viandas más deliciosas de la gastronomía coruñesa y gallega. En las gradas se podía ver a grupos de personas comiendo desde callos y jamón asado hasta cigalas y langostinos. Nacían así las tradicionales 'merendiñas' que iban a dejar imágenes en las gradas como las de un cochinillo asado, gigantescos brazos de gitano o empanadas de los más diversos ingredientes: bonito, carne, bacalao, lamprea, xoubas... Y para refrescar el gaznate no faltaban ni las botas de vino, ni las cervezas, ni el champán. Era una fiesta gastronómica en toda regla, regada por un espectáculo futbolístico de primer nivel.

Sin embargo, esta tradición no duraría mucho. La tragedia de Heysel en el 85, cuando murieron 39 aficionados en Bélgica en los prolegómenos del partido de la final de la Copa de Europa entre Liverpool y Juventus, marcó el fútbol que llegó a partir de los 90. Entre otras medidas, el Gobierno de España, presidido por Felipe González, dictó una nueva Ley del Deporte en la que se prohibió el acceso a los campos de fútbol con bebidas alcohólicas, petardos, bengalas, objetos cortantes o susceptibles de ser arrojados.

Las 'merendiñas' del Teresa Herrera no pudieron sobrevivir a esta nueva normativa, ya que tomarse una empanada o carne asada exigía el uso, por ejemplo, de cuchillos o tenedores, ya prohibidos. Por no hablar de las botas de vino que volaban de mano en mano por las gradas de Riazor. El aficionado se tuvo que rendir e, igual que el Teresa Herrera pasó de contar con los clubs y futbolistas más importantes de la época a versiones más modestas, el aficionado tuvo que pasar de las lujosas viandas al bocata, el perrito caliente o las bolsas de snacks del ambigú.