Cruyff, Hidalgo y los brackets de Yeremay
"Salid y disfrutad". Las frases más icónicas no tienen por qué ser las más complejas. Y sino, fíjese en esa alocución de Johan Cruyff que ha pasado a la historia del deporte.
El genio neerlandés, tan brillante —o más— en su etapa en los banquillos como de jugador, pronunció ese alegato tan básico en su forma en el momento más importante de la historia del Fútbol Club Barcelona: en la charla previa de la final de la Champions de 1992, en Wembley.
El Barça debía solventar una deuda histórica con la Copa de Europa. Era un momento de máxima presión para los futbolistas de la plantilla culé. Pero en vez de recalcar la trascendencia del choque, el entrenador apeló a la esencia más primaria del juego: la diversión. El disfrute como vía para canalizar el talento. Enfocar el partido desde lo que llevó a aquellos jugadores a empezar a darle paradas al balón y no desde la magnitud del momento.
El pasado domingo, Yeremay Hernández realizó un emocionante ejercicio de autorreflexión. Como si estuviese sentado en el diván de Sorribas y no con cinco micrófonos y un par de cámaras delante, el canario se abrió en canal para expresar su sentir con admirable transparecencia.
Después de reconocer que su “sobreexigencia” le había pasado “factura” y que el hecho de verse en verano en portadas mundiales y en todas las conversaciones le “costó un mundo”, el canario admitió una interioridad que ayudó a explicar su brillante actuación: “El otro día tuve una charla con el míster y me pidió que disfrutase, que no pasa nada por perder un balón, que confía mucho en mí. Me quedé con eso y he venido aquí, salí, disfruté, cogí el balón e hice lo que mejor sé hacer”.
Decir que Antonio Hidalgo se parece a Johan Cruyff sería más presuntuoso que aquella entrevista en la que José Bordalás se declaraba “cruyffista”. Pero quizá el técnico catalán tirase de esa flema de Cruyff adquirida durante su etapa en La Masía para entender cómo tocar el botón perfecto con su futbolista.
Hace mucho que Yeremay Hernández ha dejado de ser ‘Peke’ para convertirse en “el chico por el que el Deportivo rechazó 35 millones”. El chaval de los brackets es ahora el joven de la dentadura perfecta. Pero, paradojicamente, esa evolución no le ha hecho sonreír más. Hacerse mayor no equivale a convertirse en más feliz, sino en más consciente. Y sobre el chaval pesa una losa de responsabilidad que él debe entender que está confundiendo con una inexistente deuda que nadie le reclama.
No hay un fútbol más salvaje en la élite que el del joven de 22 años. Y precisamente por esa naturaleza, para que su juego fluya, es imprescindible que Yere disfrute. Si Yeremay lo intenta, el deportivismo aplaude. Si Yeremay se equivoca, el deportivismo lo entiende. Y si Yeremay disfruta, el deportivismo celebra.
Ríe, Yere, ríe.
