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El arte y la (in)justicia

Como en los tiempos que corren es materialmente imposible ocultar algo, estas líneas no despertarán el interés de ningún director deportivo. A menos que haya alguno muy despistado y/o bisoño. 

El mundillo del baloncesto es más cerrado –en el buen sentido, el de la cercanía– que, por ejemplo, el del fútbol. Todos conocen a todos. Así que vamos a hablar de Paul. Jorgensen, claro.

Los cánticos de “¡MVP, MVP!” el pasado viernes en el Coliseum cuando Carles Marco decidió que el partid(az)o de Jorgensen había llegado a su fin, no eran gratuitos. El combo guard de New Jersey se los está ganando a pulso. 

Natural. Como su juego. La facilidad que este chico tiene para hacer baloncesto no se ve todos los días. Cuando entra en ebullición es algo parecido a la mítica frase acuñada para definir el boxeo de Cassius Clay/Muhammad Ali: ”Vuela como una mariposa, pica como una abeja” . 

Jorgensen fluye por el parqué como si estuviese él solo imaginando las acciones más demoledoras y espectaculares. No por capricho, sino porque su precariedad de centímetros –fundamentalmente por el aspecto defensivo– para jugar de ‘2’ le obliga a forzar la máquina. 

Una máquina, forjada en parte, y desde muy joven, en los descarnados playgrounds, llena de mecanismos letales: ball handling mágico, penetración por la derecha, por la izquierda, con rectificado, a aro pasado, estirando los brazos hasta el infinito y más allá, altísima tolerancia al choque con cuerpos más altos y fuertes, asistencias teledirigidas (de vez en cuando resucita al joven jugador de béisbol que fue), triples... Con la máxima intensidad, como si cada balón fuera el último. Y sin sumas de relleno. 

Sangre caliente. Cualquier rastro de ADN escandinavo parece haberse perdido por el camino de cemento y madera. 

En sus temporadas anteriores en España, mi concepción de Paul Anders Jorgensen era la de un jugadorazo. Pero es ahora, al verlo en distancia corta, como a una joya de muchos quilates, cuando he apreciado perfectamente el arte que hay en prácticamente todo lo que hace y –no menos relevante– en cómo lo hace. 

Un tipo que hace disfrutar a los demás mientras él se lo pasa mejor que nadie. Sonrisa de jugón, que diría el añorado Andrés Montes

Un artista en busca de justicia. Una justicia de tres letras, las tres primeras del abecedario, aunque no en el orden natural. La cabeza me dice que Jorgensen debe tener un hueco en la ACB. El corazón me pide que siga muchos años vestido de naranja, y que viaje –pronto– con esta ciudad a uno de sus objetivos como profesional.