Ajos para Riazor
Volver a Riazor este fin de semana se antoja una bendición para un Deportivo que este año ha cambiado las tornas y muestra mejor cara en casa que cuando ejerce como visitante.
Porque en estas diez jornadas, que no es nada en lo que supone el cómputo total de un campeonato liguero, parece que ha transcurrido un mundo. Goleadas, encontronazos con el VAR, lesiones, esperanzas y también decepciones. Y en este camino de abrazar el placer y huir del dolor que es tan común en esta sociedad hedonista en la que vivimos el Dépor ansía como agua en el desierto el oasis que supone el regresar a su feudo.
Porque los números y las sensaciones dicen que los blanquiazules mejoran enteros en casa, donde se mantienen invictos: dos victorias y el mismo número de empates y un solo gol encajado, en las tablas ante el Almería.
Buenos precedentes a los que agarrarse en el primer ¿bache? de la temporada. Soy periodista, siempre voy en busca del titular y más si son grandilocuentes. Porque en la era actual en la que vivimos en los medios de comunicación, con el lector rodeado de estímulos y de noticias que llevarse a la boca, es fundamental captar la atención.
Y no siempre es sencillo. Pero no faltaremos a la verdad si concluimos en que, dentro de los vaivenes que tiene una campaña, con sus subidas y bajadas, el Dépor no atraviesa ahora su momento más álgido.
Es lógico, queda mucho, pero después de un inicio tan fulgurante, era imposible no hacerse ilusiones. Pero, del mismo modo que considero que la mayoría no echamos las campanas al vuelo cuando de Riazor salió goleado al Huesca, tampoco es momento ahora de fustigarnos por sendos tropiezos ante Málaga y Racing de Santander.
Tampoco es el campo blanquiazul la cura de todos los males aunque al Deportivo no le va a faltar cariño al abrigo de su gente. Eso siempre lo ha tenido, independientemente de cómo le fuese al equipo. Hubo muchos sufridores en Riazor el curso pasado, que acudían aún a sabiendas de que pocas veces llevaban premio.
Pero es que de afecto tampoco es algo de lo que careciese cuando ha tenido que competir lejos de su feudo en lo que llevamos de curso. Dos jornadas seguidas en las que estuvo arropado por su incansable afición, tanto en La Rosaleda como en El Sardinero. Puede que Riazor sea ese tan cacareado ‘jugador número doce’, pero al final los que compiten son los que pisan el verde. Y mientras la pelotita no entre o la manta destape una de las áreas quizá sea el momento de sacar la artillería pesada. Recuerdo ajos en Riazor muchos años en el césped como medida de protección contra las ‘meigas’. Por si no llega el cariño.
