Yo elijo creer
La derrota es la clave del éxito. “Estoy harto de los ganadores natos”, decía Arsenio Iglesias, que sabía bien que la victoria nace del fracaso y de las enseñanzas que deja. Partamos de esta base, pero también de otra: perder no mola. Y el Deportivo lleva dos semanas consecutivas en esas. Y antes otras dos sin ganar. En ese tipo de tesituras el debate pivota siempre en torno a dos cuestiones: por una parte se trata de identificar lo que se está haciendo mal, por otro se señalan a los culpables y en este negocio del que todos hablamos como si fuésemos sabios el primer condenado se sienta en el banquillo.
En la búsqueda de los problemas que afectan al equipo, primer paso para buscar soluciones, la cátedra apunta diversas taras. Ninguna de ellas se expuso hace un mes cuando éramos líderes. Al equipo le falta fútbol en el mediocampo porque carece de un ocho que le haga jugar. Cuatro semanas atrás ese detalle no importaba porque el rol de los centrocampistas era el de presionar y activar a los excelentes mediapuntas que juegan por delante de ellos. Se apunta también a Yeremay, que no acaba de tener peso en el juego del equipo. Hasta que coge el balón en el pico del área y lo pasaporta a la escuadra. El portero era un salvador cuando éramos líderes. Ahora somos cuartos y los que ganan puntos son los guardametas de los demás. El técnico era un avezado estratega que variaba la táctica para extraer rendimiento ante cada rival y no era tan remiso en los cambios como tanto se le criticó a bastantes de sus predecesores. Hoy ya le dicen que cambia a los jugadores de posición porque no tiene las ideas claras y que a los reemplazos los llama muy rápido. Y la defensa… ay, la defensa (que es lo mismo que los defensas). Ahí ya se veía que iba a haber mambo.
“Estábamos a gusto, juntos”, definió Miguel Loureiro la sensación del equipo cuando este domingo se batía para defenderse de las acometidas del Racing. La confesión igual sorprendería si no fuese porque la pronunció un tipo ponderado, así que le concedo verosimilitud. Pero a los que hemos visto al Deportivo en las últimas semanas nos queda la sensación de que ha dado un viraje y de ser un equipo complicado de abordar ha pasado a uno sencillo de meterle mano. Basta un vistazo a lo sucedido en Eibar, Málaga y Santander. Entre los tres partidos el equipo concedió 59 remates. Así que Loureiro puede que esté cómodo, pero yo delante del televisor no termino de pasarlo bien.
"¡Qué bien lo ha hecho el Dépor!", nos decían. "Este año sí que se ha hecho un equipazo", nos invitaron a pensar. Incluso Soriano (Fernando) ya no era un villano. Los entrenadores de los equipos con los que nos cruzamos no cesan de cantar las excelencias de nuestro equipo antes de acudir como tigres a explotar sus defectos. Sí, ahí están las costuras del equipo para recordarnos que no sólo no somos perfectos sino que los demás también tienen, como poco, tanto como nosotros. Y que nada nos sobra.
No veo al equipo favorito al ascenso. Ni ahora, ni hace un mes, ni en Navidad. Creo que tiene serias carencias que le penalizan y la fiereza defensiva o la falta de contundencia y de determinados perfiles futbolísticos están entre ellas. Competimos además en una categoría cainita en la que es común encadenar rachas y vaivenes que te dejan tiritando. El Deportivo está cuatro puntos por encima del Castellón, que es el decimosexto en la tabla. El Sporting, que cambió a su entrenador hace quince días y parecía sumido en una profunda crisis, está a un punto de los nuestros. Gestionar la derrota es clave. Y sobre todo confiar. Y ahí me pongo en primera fila porque lo mismo que observo los inconvenientes también aprecio las bondades que nos pueden poner sobre los demás. El domingo pasado en un estadio lleno, ante un oponente con las mismas aspiraciones, el equipo supo levantarse de la lona y acabar el partido en el área rival, con orgullo, sí, pero también con fútbol. Con el coraje de los que se revuelven contra sus limitaciones. Y ese es mi Dépor, aunque a veces pierda.
Por eso yo elijo creer.

