
Una colección de piedras del cielo
Adrián Álvarez y su compañero Miguel Arejula, de AMI, llegaron a la cima del Slesova Peak en Kirguistán - Unos meses antes hicieron cumbre en Marruecos y ya piensan en un próximo reto en Argentina
-¿Qué se siente al llegar a la cima?
-Es un minuto de euforia, de gritos y abrazos. Yo también cojo una piedra para mi colección. Y nada más. Porque en realidad esa no es la meta, solo la mitad del camino. Queda bajar.

Adrián Álvarez (Santiago, 2000) y Miguel Arejula (Logroño, 2000), de la escuela coruñesa AMI (Agrupación de Montañeros Independientes), hicieron cumbre hace unas semanas, junto al mexicano Lucas Pedroza y al cántabro Héctor Puente, en el Slesova Peak, conocido como la Patagonia asiática. Situado en un valle perdido de Kirguistán y con 4.200 metros en su pico más elevado, estuvieron tres días colgados de su escarpada ladera para subir y bajar y cuando les quedaban unos pocos metros para llegar a la cima casi tuvieron que abandonar porque se puso a nevar. Pero simplemente llegar allí ya había sido una odisea de aeropuertos, petates perdidos, mucho diccionario ruso-español, todoterrenos, caballos y kalashnikovs. Sin ni siquiera saber lo que les esperaba al final.
En una sociedad en una constante carrera por ser más (alto, delgado, rápido, fuerte, rico), con culto a la inmediatez y a la warholiana proclama de los 15 minutos de fama, en muchos casos a cualquier precio, todavía hay quien se toma su tiempo para paladear cada paso y no el éxito en sí, que venera el sacrificio por encima de las metas fáciles, que practica la paciencia y no el consumismo efímero. Son lecciones que imparte la montaña. La voluntad propia sometida a la de la naturaleza. Y no lo hace gratis: la delgada línea entre el suspenso y el aprobado se paga con la supervivencia.
La semilla plantada por Félix Criado, Fausto Blanco y Finuco Martínez, tres de los pioneros del alpinismo en la ciudad, ya tiene quien recoja sus frutos. Sus sucesores cuentan tan solo con 25 años (forman parte del grupo ENAG precisamente formado para introducir a jóvenes alpinistas en este tipo de grandes incursiones) y como solo con la experiencia y los años se consigue esa sabiduría y temple de saber cuándo hay que parar y cuándo arriesgar, van aprendiendo sobre la marcha. A veces con esa llamada suerte de los principiantes, la mayoría con el método acierto-error. O viceversa. Error-solución. “Percances”, que les va llamando el santiagués, bombero de profesión, según avanza en el relato de sus peripecias en Asia central.
Y eso que tienen a su alcance mucha más tecnología y acceso a la información que cuando Blanco y Martínez, siendo solo unos adolescentes, se plantaron en 1983 con sus mapas de papel en el Yosemite estadounidense para afrontar la subida al legendario Capitán. "Yo ni siquiera sabía dónde estaba Kirguistán", bromea el santigués sobre el país, una de las repúblicas nacidas tras la disolución de la Unión Soviética, incrustado de hecho entre otras con las que además de origen comparte su segunda parte del nombre: por arriba Kazajistán, por la izquierda Tayikistán y Uzbekistán. Al sur y al este queda China, por lo que fue obligada zona de paso de la famosa Ruta de la Seda.

Álvarez y Arejula, que se conocieron en A Coruña, se complementan a la hora de escalar, uno más técnico, otro un portento físico, por eso hacen buen equipo. Hace un año ya habían ido juntos a Marruecos para afrontar la vía Le Rouge Bereber del Tadrarate en Taghia, lo que les valió el premio a la mejor actividad de 2024 en la Gala del Montañismo Gallego. Buscando nuevos retos, surgió el nombre del Slesova Peak. A los pocos días ya estaban comprando los billetes. Primer percance. "Somos unos fenómenos. Buscamos en Google el Valle Ak-su y nos pareció que estaba más cerca de Bishkek que de Osh, que es a dónde había viajado la poca gente a la que pudimos preguntar, porque no hay muchos españoles que hayan ido antes", relata, "entonces decidimos ir a la capital, en vez de al otro aeropuerto, que en realidad no es más grande que una estación de autobuses, hasta que nos dimos cuenta de que en Kirguistán hay dos valles que se llaman igual, uno Ak-su y otro Ak-suu con dos us, y efectivamente al que íbamos quedaba más cerca de Osh, por lo que tuvimos que coger otro vuelo interno al llegar allí", se ríe.
Con un segundo problema antes incluso de iniciar la ruta hacia el campamento base, que ya era otra miniaventura de por sí, esta vez ajeno a su voluntad, porque la compañía aérea perdió en el enlace en Estambul el petate del gallego, donde iban utensilios básicos necesarios para la estancia como el hornillo para calentar la comida. Ahí fue cuando sacaron su diccionario de ruso para hacerse entender con un funcionario local que de forma milagrosa hizo aparecer la maleta que oficialmente para la empresa seguía en paradero desconocido. Un contratiempo que les retrasó unas horas cuando ya iban a contrarreloj. "Fuimos con el tiempo muy justo porque iba a empezar la época de invierno y ahí ya no se puede subir", explica, "tengo un amigo escalador ruso que me dijo que nos iba a ser inviable".

Ya con todo se desplazaron en coche a Batken, el último pueblo antes del campamento base, donde una señora les dejó dormir en su casa. Después les esperaron cuatro horas de viaje en todoterrenos "problemáticos" ("uno nos dejó tirados en la bajada", matiza mientras enseña un vídeo de los continuos vaivenes, como en modo centrifugado de una lavadora). Y otras ocho horas a caballo. "Eran de un pastor con el que pactamos que además nos llevaran el material en las alforjas. Iba con un kalasnikov, vestido de militar. También los del todoterreno lo llevaban", dice.
Cuando llegaron a su destino final, estaban solos. Como le había anticipado su amigo ruso, efectivamente era tarde y allí ya se había ido todo el mundo. "Solo nos cruzamos el primer día con un pastor con treinta cabras que el uno de septiembre ya se volvía para casa". Allí les esperaron doce días, sin cobertura, solos los cuatro en el medio del valle y con el pueblo más cercano a 50 kilómetros, esperando a que el GPS satelital les diera buenas noticias. Necesitaban una ventana de tres días en los que el tiempo les diera una tregua. "Tuvimos bastante suerte porque suele llover mucho y no llovió, pero sí hizo mucho frío, de hecho, incluso nos nevó".

Pero eso es adelantarse a los hechos. A los doce días de estar allí llegó su momento y se prepararon para la escalada. El primer día, subieron la mitad y pasaron la noche en un vivac, que es como se conoce a dormir a la intemperie, en su caso con los sacos encordados, por si alguien se movía más de la cuenta. En el segundo, tenían previsto hacer la otra mitad y la bajada. "Pero hacía mucho frío y viento y la escalada se nos hizo un poco lenta", recuerda. Además, cuando les quedaban solo cuatro largos para la cima, empezó a nevar. "Nos miramos como diciendo, ¿qué hacemos? Había nubes que amenazaban un poco. Pero siempre es mejor nieve que lluvia", explica. "Decidimos arriesgarnos y tuvimos la suerte de que dejó de nevar y además amainó el viento y pudimos llegar a la cima ya cuando estaba anocheciendo", continúa.

Y ya empezaron a preparar la bajada, rapelando, es decirse, deslizándose por las cuerdas, sin librarse de un nuevo contratiempo. "Se nos quedó una enganchada en una grieta y ya no pudimos hacer nada por ella, la tuvimos que cortar, pero al quedarnos dos, bajamos los cuatro por ellas". Llegaron al vivac donde habían pasado la primera noche para hacer una segunda. "Con muy poquita agua y una cuña de queso como única comida y encima hizo una noche terrible de viento". Con la primera luz de la mañana, terminaron el descenso. "Al mediodía del tercer día ya llegamos al campamento base y pudimos descansar". Y como siempre, con una piedra del cielo más para su colección de recuerdos.
De una Patagonia a otra
Puede que esa roca pronto tenga una nueva compañera. De la Patagonia asiática, a la de verdad. "Sería otro sueño", confiesa. "Esos doce días en el campamento base tuvimos mucho tiempo para hablar, no podíamos hacer mucho más, hablar con nosotros mismos y entre nosotros", se ríe. Todavía estaban afrontando las consecuencias de su anterior "y si..." y ya lanzaron el siguiente. Sería ya para el próximo mes de febrero, cambiando de continente para ir a América del Sur a atacar el Fitz Roy, en la frontera entre Argentina y Chile, por su mítica vía de la Supercanaleta. "Es mixta, mitad de hielo, mitad de escalada en roca. Estamos valorando varias, pero esa es una de las posibilidades. Estos chavales ahora mismo están con una motivación brutal, llevamos aún la inercia de este viaje y la verdad es que puede ser que se materialice".
La preparación consta de mucho cardio. "No corro todo lo que debería, pero sí que hago mucha bicicleta y por mi trabajo de bombero en el Astillero de Ferrol me mantengo en forma", describe sobre cómo afrontará este nuevo reto que se complica porque sufre cuando la altura se sitúa más allá de los 3.000 metros. "Y después escalar cada vez que se pueda", continúa. Dentro o fuera. Para esto, parte en ligera desventaja. "En Galicia es complicado ser montañero. Mis compañeros, que vienen en Cantabria o La Rioja, tienen la ventaja de que todos los fines de semana están haciendo este tipo de actividades. Yo tengo que tirar un poquito de motivación para estar siempre escalando en el interior", se lamenta.
Pero al final no pierde las ganas gracias a tener un propósito en mente. Él empezó en la escalada indoor, cuando ya tenía 15 años y sin haber hecho ningún otro deporte antes, y después ya se pasó al alpinismo. "Si tuviera que destacar algo de por qué me gusta diría que es por lo grande que es y por que tú ni te imaginas lo que puedes llegar a hacer. Muchas veces las paredes parecen golems, cosas gigantes que no son viables. Pero poco a poco y paso a paso, currándotelo y trabajándolo, puedes llegar a subir", describe.
Y sin pensar en el peligro. "Sabes a lo que te expones: al frío, a sufrir, a pasarlo mal. Y a que puede que las cosas no salgan bien. Hay que intentar siempre resolver y muchas veces pasan desgracias. Pero claro, tampoco puedes pensar en eso porque si no, no vas a la montaña. Hay que intentar siempre tener el control de lo que haces". Lo aprendió de los veteranos. "Tuve la suerte de empezar con gente mayor que me enseñaron muchas cosas". Y ahora son ellos los que le felicitan por sus logros. "En AMI todo el mundo se puso contento". Al final es un trabajo conjunto. Piedra a piedra haciendo un camino de posteridad.


