OPINIÓN | No quedan días de verano
Uno de mis primeros recuerdos relacionados con el baloncesto es el Mundial de Japón del 2006, la primera corona de España que llegó de la mano de una generación dorada. Desde entonces, casi cada verano esperaba que llegara la segunda quincena de agosto para disfrutar del torneo que tocara, fuese Mundial, Eurobasket o Juegos Olímpicos (estos unos días antes). En parte quería que llegara ese momento por ver los partidos, pero en mi fuero interno había una zona que no lo deseaba, porque sabía que el inicio de estas competiciones implicaba el inicio del fin. Que se acercaban los últimos coletazos del verano y había que volver al colegio.
Ahora ya no vuelvo al colegio y, ni mucho menos, tengo los mismos días de vacaciones durante el verano. Lo que sí tengo son las mismas ganas que cuando era pequeño de que llegue el momento de que empiece el torneo de baloncesto de turno. Sin embargo, esas generaciones históricas de España se han desvanecido. La selección está claramente en un período de transición, pero aún así creo que la percepción general era la de que había equipo para, al menos, pasar de la fase de grupos.
Da un poco de pena que la etapa de Scariolo, tan laureada, acabe de esta manera, cayendo por primera vez en la historia en la primera fase del Eurobasket en un grupo con (sin ánimo de ofender) Chipre, Georgia y Bosnia sin Musa. Pero también hay que reconocerle que él no tiene la culpa de que su equipo haga un 13 de 22 en tiros libres contra Italia y un 21 de 37 contra Grecia, fallando cuatro seguidos estando a cuatro puntos de distancia al final del choque, algo que trae recuerdos de Vietnam de la última temporada del Leyma. Tampoco lo es que Willy falle una bandeja y se crea Nowitzki o que Parra haga una antideportiva sin sentido. Los que tenían que ser los líderes no han rendido como tal, pero ha servido para que dos bases jóvenes como Sergio De Larrea y Mario Saint-Supery empiecen a coger confianza en este tipo de torneos.
