
Hace unos días estaba comiendo con unos amigos y todos nos miramos sorprendidos cuando uno de ellos, al probar el delicioso arroz que nos habían puesto sobre la mesa, se giró al cocinero y le recriminó no habérnoslo traído antes. No porque la comanda se hubiese retrasado, no. Lo que no entendía era porque había sido necesario meter todos los ingredientes en la cazuela y haberla dejado luego al fuego durante un tiempo. Antes de revelar si esto es realidad o es la ficción propia de alguien que busca justificar un artículo de opinión, entienda que su perplejidad al leerlo es la que siente quien escribe cuando, con Charlie Patiño, con Yeremay en su día o con cualquier futbolista joven, se le echa en cara a algún entrenador no haber puesto antes a un jugador. No haber puesto antes, en la mayoría de casos, a un chico que apenas ha dejado atrás la adolescencia y que busca abrirse paso en el profesionalismo.
Porque no. El fútbol real no es un videojuego. Ni lineal la progresión de los futbolistas. Ni, desde luego, directamente proporcional a los minutos que acumulen sobre el césped. Como esos grandes platos, y cualquier aprendiz, los jugadores también necesitan un proceso, una cocción que les permita, una vez se ponen en la mesa, responder a las expectativas.
Patiño llegó hace poco más de un año a A Coruña todavía sin cumplir los 21 años. Era la primera vez que salía de Inglaterra. Suficiente peso en la mochila al que luego se le añadió los focos que el club puso sobre él como fichaje estelar. Demasiado fuego. Por eso me parece tremendamente injusto que ahora, cuando parece estar en su punto, se señale a entrenadores como Idiakez o Gilsanz - como antes se señaló a otros en casos similares - por haberlo privado de más minutos, cuando probablemente le hicieron un favor no exponiéndolo más mientras todavía no estaba preparado para servir.
El fútbol, y la cocina, tienen sus plazos. Y por eso viendo al Charlie Patiño de hoy no habría que pensar en el tiempo que ha dejado de jugar, como también nadie lamentaría morder un grano de arroz duro. Lo que hay es que poner en valor el trabajo paciente de maduración. El horneado. Una elaboración la mayoría de veces invisible y, por supuesto, que exige mucho trabajo y sacrificio. Pero que como sucedió primero con Yeremay, ahora con Patiño y seguirá sucediendo con tantos otros, es clave para las recetas más valiosas.
A estas alturas probablemente ya se habrá dado cuenta de que la supuesta comida con mis amigos era un invent. Puedo presumir de no tener entre mis amistades personas tan desconsideradas. Pero desde luego, si me sucediera, sería el primero en responder a tal sandez con una patada en el tobillo por debajo de la mesa.
