
Bien está lo que bien acaba, sobre todo si el epílogo lo pone una volea que se cuela por la escuadra del rival. Fue la volea de todo el deportivismo, que quería darle una patada a los problemas para ganar en Riazor. Así dejó atrás el Deportivo a un Sporting que tomó la bandera de la cautela, empeñado en amurallarse sin balón y esperanzado en que una acción episódica le diese los tres puntos. Se los quedaron los blanquiazules que hicieron más por ellos en un partido que por momentos calcó lo sucedido hace dos semanas contra el Burgos en Riazor. Sucede que el Deportivo tiene un plan y se ciñe a ese pauta para lo bueno y para lo menos bueno. Para empezar no está mal saber a que se quiere jugar e Hidalgo quiere un equipo que sobre todo evite las transiciones de los rivales. A partir de ahí llega la fortaleza, pero también los partidos nivelados porque el equipo cuando recupera la pelota le cuesta correr hacia adelante y ante la duda prefiere el pase de seguridad que el riesgo atacante.
Hay un beneficio claro. En dos partidos no ha recibido goles en Riazor y apenas le han hecho ocasiones de gol. El Sporting apenas tuvo una clara, un tibio testarazo de Gelabert que se fue al palo y que recibió la réplica inmediata de Soriano y Yeremay para dibujar una virguería que también acabó en idéntico destino. Hizo más el Deportivo, expuso más ante un oponente que se tapó desde la pizarra con un doble lateral para tapar a Yeremay, que estuvo lejos de su mejor versión. En realidad al equipo lo condujo Mario Soriano, que no cesó de dar soluciones y que encontró un socio, Charlie Patiño.
Titular por lesión de Gragera, el exjugador del Arsenal se aplicó en buscar conexiones en el centro del campo. Y estuvo cómodo en ese papel de facilitador. En partidos de ritmo pausado, su excelente nivel técnico le capacita para devolver cualquier pared que le tiren. Y el Deportivo buscó un partido sin frenesí, sin ida y vuelta, preocupado por colocar al equipo antes de iniciar cada ataque y pensar en la segunda jugada casi antes que en la primera. Al Sporting le pareció bien, se acomodó atrás, cerró por dentro y vivió con cierto sosiego durante la primera media hora del partido. Le faltó una vez más amplitud al Deportivo porque Escudero no parece tener piernas para cubrir toda la banda izquierda y tampoco es que parezca muy interesado en asumir ese rol. Hidalgo le pide otra cosa, cuando quiso cambiar llamó a Quagliata, que dejó tres interesantes balones al área. Hasta ese trueque el Deportivo encontró alguna pizca de profundidad por el flanco de Ximo Navarro.
En todo ese trasteo que acabó siendo insulso se pudieron apreciar otros detalles. En la zaga se cayó Comas de la titularidad. Loureiro jugó de central y demostró que es una garantía, siempre atento y concentrado. A su lado Barcia saltó al campo a despejar las estadísticas del inicio de Liga que le retrataban como perdedor en los duelos. Fue un valladar. Y se llevó el premio del gol. Así es como crecen los profesionales, con algún zarandeo que les invite a ofrecer lo mejor que tienen, y en el caso del central de O Temple no es poco. Otras cuestiones también se evidenciaron en la intensa tarde de fútbol que se vivió en Riazor porque gustó Mulattieri, que estuvo cerca de marcar en la recta final de la primera parte. Y volvió a defraudar Eddahchouri, al menos en el papel que se le pide de ganar duelos y sacar al equipo de atrás, siempre con ese punto de indolencia defensiva que incluso mereció el reproche de algún compañero sobre el campo.
La vida es así, unas veces estás mejor y otras peor, unas veces la pelota entra por la escuadra y otras se va al palo. Lo alentador es que el Deportivo, en la jornada cuatro, sabe a que juega. Y que mira al banquillo y encuentra alternativas. En un día sin Gragera ni Mella disponibles salió Stoichkov, por ejemplo, a ofrecer buenos minutos. Atrás queda el Sporting, que con lo poquito que tiene es posible que esté cerca de los puestos cabeceros. Y todos queremos ver ahí a un Deportivo que ilusiona. Sí, igual esta historia de ayer se escribiría de otra manera si el remate de Barcia va medio metro más arriba. Pero no fue así. Lo colocó donde debía y de paso situó al equipo en los puestos en los que se quiere ver toda la temporada.
